Moda

La naturaleza del metal


Elena Bermúdez Rivera

Lanaturalezadelmetal

La naturaleza del metal

Andrés Rodríguez es un joyero colombiano reconocido por su enfoque innovador, que fusiona lo orgánico y lo geométrico en sus creaciones. Fundador del Salón Crisol, una bienal de joyería, este hombre ha dedicado su vida a crear piezas llenas de arte y que se resisten a la moda rápida.

 

Texto y fotos: Elena Bermúdez Rivera

elena.bermudez@javeriana.edu.co

 

Desde su taller chapineruno, resguardado de las bocinas y el humo de la carrera séptima, Andrés Rodríguez rememora sus comienzos en el mundo de la joyería: su primera musa fue la naturaleza. Ahora, como si se encontrara en la mitad de un bosque, recuerda a Nuria Carulla, su mentora, quien lo llevó a contemplar los árboles y las montañas que rodeaban el taller donde le impartió las primeras lecciones de este arte, animándolo a encontrar inspiración en lo más sencillo.

“Cuando estaba aprendiendo joyería, hice una de mis primeras piezas, un pin de una hoja verde. Casi no lo muestro porque la gente lo quiere comprar. Claro, cuando cuento la historia y digo que es una de mis primeras piezas, que es una pieza única, entonces la gente me pone un precio. Y no, no tiene precio… Ha sido difícil desprenderme de ella”, explica mientras busca entre los cajones y revuelve papeles y metales hasta encontrarla.

La naturaleza ha sido una fuente inagotable de inspiración para este joyero. Incluso, después de 22 años de estar en el oficio, sigue recurriendo a ella para despertar la creatividad. Los tonos verdes, los detalles de las hojas y la belleza de lo natural y orgánico se han convertido en su sello. Su estilo ha llevado a que reconocidas figuras del entretenimiento colombiano, como Carolina Gaitán (La Gaita), Ana Wills y Laura Acuña, así como numerosas candidatas del Concurso Nacional de Belleza, elijan sus diseños para lucir en eventos destacados.

Como filósofo y artista de profesión, así como maestro en historia del arte, Andrés busca su estilo en la estética, lo sublime y la armonía de la naturaleza. En cada una de sus creaciones, entrelaza lo delicado con lo imperfecto, materializando conceptos sensibles, como el cambio de estaciones otoñales y primaverales. El taller se encuentra ubicado en su apartamento, que habita con Paco, su gato, en Chapinero Alto. La sala comedor funciona como galería de sus propias obras y de colegas artistas. Las paredes están adornadas con cuadros de arte geométrico, grabados y maquetas enmarcadas de sus proyectos. En las repisas yacen esculturas y joyas que cuelgan de ellas. Libros de Dalí, Beatriz González, Mónica Meira, Alejandro Obregón y Darío Morales hacen parte de una biblioteca de artista que decora cada rincón del espacio.

Un ruido constante emana de la habitación del fondo, el taller de este joyero capitalino. Sentado frente a su mesa de trabajo, Andrés desliza una herramienta de mano sobre una lámina de cobre. Con un movimiento fluido y preciso, la segueta sube y baja mientras se abre camino en el metal. El taller se impregna de un zumbido intenso que hace vibrar los lápices, papeles y alambres ubicados en la superficie de la mesa. Mientras las piezas de metal van tomando forma bajo sus manos, él reflexiona sobre el balance que su estilo busca entre el mundo comercial y el creativo.

“Me doy el espacio para poder hacer proyectos completamente artísticos que salen de lo comercial. Si los vendo, maravilloso; si no, se quedan colgados en mi espacio. Pero esos son los que me nutren y me permiten mantener vivo ese espíritu artístico”, comenta Andrés.

Algo interesante ocurrió al asumir el oficio de esta manera, cuando recibió un encargo especial para el Reinado de Belleza de Boyacá hace algunos años. Sin experiencia en ese tipo de eventos, decidió arriesgarse a crear accesorios grandes y sumamente artísticos para cada una de las 25 concursantes. Utilizó hojas de eucalipto caladas en cobre y las oxidó para luego resaltarlas con detalles dorados. “Pensé que eso no les iba a gustar, pero cuando las vieron, les encantaron y compraron las 25”, recuerda.

Ese año, en la Feria Expoartesanías, sus hojas oxidadas fueron novedosas y le otorgaron el distintivo estilo que hoy lo caracteriza; el mismo estilo que le garantizó éxito en las siguientes trece ediciones de la feria. Sin embargo, con el paso de los años, las famosas hojas que lo catapultaron al reconocimiento público se han vuelto demasiado tradicionales para su creatividad. Actualmente, exhibe en su taller la línea orgánica de hojas junto a las nuevas piezas, que ha desarrollado durante los últimos cinco años, explorando el mundo de lo geométrico.

La pandemia fue un periodo de alta producción en su taller. Sin exposiciones, ferias, pasarelas, eventos ni movimiento en las tiendas, Andrés se vio inmerso en un periodo de estancamiento creativo, cuestionando su enfoque estilístico y sus diseños. Transformó su taller en un espacio dedicado a la experimentación de nuevas técnicas, incursionó en la escultura y jugó con lo geométrico, creyendo que se distanciaba de su línea basada en hojas.

“Estuve saliéndome de ese estilo y girando más hacia lo geométrico. Entonces, haciendo formas nuevas, me encontré con una gran sorpresa: en la naturaleza hay mucha geometría”, dice mientras perfecciona con una lima gruesa los bordes que terminó de calar.

Durante la pandemia, Andrés se conectó con las raíces de lo que originalmente lo inspiró, aunque de una manera diferente: la exploración de nuevos materiales, colores y técnicas le devolvió la inspiración para crear una vez más.

Esta afinidad por lo natural también se refleja en su labor como docente, ya que desde el 2007 enseña joyería en el Colegio Campoalegre, ubicado en las afueras de Bogotá. En este colegio, Andrés ha dejado su huella en numerosas generaciones que han pasado por su taller. Mariana Valencia, una de sus antiguas alumnas y ahora abogada, recuerda: “Él fue muy buen profesor porque entré al curso sin saber nada de joyería y lo terminé con varios proyectos terminados; tengo joyas que incluso hoy en día uso. Con su ojo de diseñador siempre daba un toque especial. Algo que siempre me gustó es que nos iba enseñando las técnicas y el uso de las herramientas mientras íbamos creando la pieza”.

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“Cuando hago maquetas o bocetos estoy jugando. Me encanta sentarme frente a la mesa y poner todo ahí para comenzar a jugar con lo que he recolectado del trabajo de campo. Me parece buenísimo si algo de eso se materializa”, expresa mientras mueve las maquetas que ha hecho de sus nuevas obras geométricas.

Sobre la mesa se observan papeles de colores cortados y unidos con cinta adhesiva. El proceso de imaginar y buscar la creatividad ahora se centra en lo geométrico y en los colores primarios; sin embargo, lo orgánico siempre está latente en su producción. Diseñar hojas que representan la naturaleza ya no alimenta su espíritu artístico como antes, pero cada vez que Andrés se sumerge en el taller, rodeado por las herramientas que han sido testigos de su evolución como artista, la influencia de lo orgánico se manifiesta.

Diana Ríos, una joyera que lo asiste los miércoles en el taller con soldaduras y pulidos, es testigo de ello: “Vengo de talleres donde todo es más estricto, pero a Andrés le gusta que en los procesos todo sea más orgánico. Desde lo creativo hasta los acabados, él prefiere que no haya ángulos perfectos, que no sean pulidos perfectos y que las ideas vayan cambiando y adaptándose libremente”, cuenta mientras enciende el soplete para soldar unos aretes.

En el taller todo tiene una esencia natural. Lo orgánico se refleja en sus procesos creativos y en el estilo que define su espacio de trabajo. Incluso en sus nuevos proyectos más geométricos, en los que podría esperarse una rigidez, la atmósfera natural lo envuelve por completo.

Uno de sus proyectos geométricos más recientes nació en el marco del Proyecto Salón Crisol, un evento bienal de joyería artística que él mismo fundó con el fin de estimular la reflexión sobre este sector en Colombia. Desde su inicio en 2009, este espacio ha servido como plataforma para hablar de la joyería contemporánea como un canal de comunicación donde diferentes formas de ser y pensar dialogan, denuncian y cuestionan. El crisol es el contenedor donde los metales se funden y purifican mediante el fuego o altas temperaturas. Salón Crisol es ese contenedor de artesanos que fusionan sus visiones en torno a temas que reflejan la actualidad.

“En cada versión convoco a distintos joyeros y ponemos un tema distinto. Las primeras fueron más difíciles de convocar, porque el fin no es vender, y como los eventos de joyería se relacionan con la venta… Pero Salón Crisol busca piezas artísticas, piezas únicas para exponer. Si algo se vende, qué maravilla, pero estamos ahí para proponer un concepto, un proyecto, una marca, un nombre”, dice mientras descuelga Menos es más, la hombrera de la serie Bauhaus 100 años que diseñó para el décimo aniversario del evento.

En una edición de la bienal exploraron la unión entre cocina y joyería, dando como resultado unos llamativos collares de cucharas que ahora se exhiben en las paredes de su taller. Junto a ellas, se encuentran piezas que han defilado pasarelas del Bogotá Fashion Week, joyas que rinden homenaje a García Márquez y diseños que han viajado hasta Nueva York, Madrid, Buenos Aires y Lisboa, llenando de color, figuras, naturaleza y texturas —al estilo Rodríguez— el espacio de trabajo.

En un extremo de la habitación, hay collares de madera con laminillas de oro que juegan con lo geométrico, mientras que en el otro extremo resaltan pentágonos irregulares hechos collar en maniquíes. Camisetas blancas cuelgan como vitrinas sui géneris con pines artísticos, algunos de los cuales él mismo ha creado y otros que ha coleccionado de colegas. Y cada superficie está en uso a manera de exhibición de sus creaciones o como mesa de trabajo para bocetar, calar, limar, fundir o soldar.

Este desorden perfectamente organizado fusiona las joyas terminadas con los materiales, los hilos metálicos, la laminadora, los martillos, el yunque, el soplete y las múltiples herramientas que evidencian el origen y el proceso que cada una de las piezas ha atravesado.

Más que un simple taller, este espacio es un showroom donde los clientes pueden apreciar las piezas y adquirirlas directamente. Así, sumergirse en la visita del showroom es sumergirse en el universo creativo y en la organicidad de los procesos de Andrés.

Cada una de estas creaciones requiere meses de planificación y ejecución meticulosa. Durante este tiempo, Andrés escucha electropop en su taller mientras trabaja con su delantal, consiente a Paco —cuando este decide acercarse a pedirle afecto— y comparte conversaciones con Diana.

Es un trabajo arduo que a menudo pasa inadvertido cuando la pieza finalizada se expone en una vitrina, pero estas joyas llevan consigo un valor emocional debido a la dedicación invertida en su elaboración. Por lo tanto, resulta frustrante cuando los sistemas de fast fashion agotan el mercado con accesorios económicos y de baja calidad que se venden en masa.

Ante esa situación, Andrés ha ideado estrategias para proteger su marca, aunque siempre existe un riesgo inminente: “Yo trabajo en cobre, bronce y alpaca, porque eso reduce los costos de los materiales. Obviamente, sigo trabajando en plata, pero cada vez menos, y en oro solo por encargo. Pero, igual, en cuanto a los precios lo chino es una fuerte competencia y el sector de la joyería claramente se ve afectado por eso”, manifiesta y levanta los brazos para que Paco salte a su regazo.

Por esta razón, el Proyecto Salón Crisol se erige como respuesta a los procesos de moda rápida. Por medio de esta iniciativa, Andrés busca proporcionar una plataforma que brinde mayor visibilidad y reconocimiento a sus colegas colombianos. Además, le otorga relevancia al sector artístico de la joyería y ubica este arte en el interés público. Para él, la clave para resistir a este riesgo es recordar el valor de lo artesanal, de lo creativo.

“Pienso que las exposiciones también sirven para educar a la gente. De hecho, en la próxima edición del Salón Crisol queremos llevar una mesa de joyería y hacer un performance. Uno de nosotros estará en el espacio trabajando un metal para devolver a los espectadores a ese primer momento de la creación”, expresa.

A pesar de ser consciente de que la mayoría opta por ese consumo masivo y por el camino de la moda rápida, también reconoce el interés persistente en el proceso detrás de un accesorio, en el autor, en la técnica y en esa trazabilidad. Y frente a ese escenario, Andrés continúa trabajando arduamente para dar a conocer los procesos artísticos del sector de la joyería.

Aunque escenarios como el Bogotá Fashion Week, Expoartesanías e incluso el Museo del Oro ponen de relieve el papel del diseño y el arte joyero, aún queda mucho terreno por conquistar.

“He visto el crecimiento de mi marca y he compartido con joyeros que se formaron conmigo o que ya tenían un recorrido, pero creo que falta tener consciencia y hacer equipo, fortalecer el gremio”, explica.

Y a eso se ha dedicado desde su proyecto personal y profesional. Asumió el reto de amplificar el impacto de la joyería en el país y generar nuevos espacios de diálogo. Siempre comprometido con observar lo natural y llevarlo a los procesos de la joyería para que tengan el mismo impacto y la misma vitalidad.

 

El estilo de Andrés está fuertemente marcado por la naturaleza.

Menos es más es la hombrera que diseñó para el décimo aniversario del Salón Crisol.

Andrés es joyero desde hace 22 años.

El soplete ayuda a envejecer las piezas.

Su taller de diseño es un showroom abierto a los clientes.

Diana lo asiste en tareas de soldadura en el taller.

 

 

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