Moda: Identidad e historia hechas tela - Directo BC
Identidad e historia hechas tela
Identidad e historia hechas tela
El Museo de Trajes, una dependencia de la Universidad de América, es un espacio de Bogotá en el que se muestra la diversidad y el folclor del país a través de la tela y la ropa. Aquí, la historia de una nación se narra a través de tejidos, costuras y retazos.
Texto y fotos: Lucas Beltrán Sepúlveda
A todos alguna vez nos tocó vestirnos así para el colegio: los niños con el sombrero en la mano y las niñas con la falda haciendo el aguacateo al ritmo de un bambuco, o con una pañoleta en la cabeza al ritmo de un currulao, incluso el traje campesino al ritmo de una carranga. En Bogotá existe un lugar que atesora este recuerdo y lo amplifica a la génesis del vestuario: el Museo de Trajes, ubicado en el centro de la ciudad, sobre la calle décima con carrera sexta.
La costa Caribe colombiana es la que toma protagonismo desde la primera sala del Museo, en un cubo de cristal donde está exhibido el traje típico de la danza del mapalé, acompañado de unas maracas y un tambor que, aunque inmóviles, evocan el sonido de las percusiones que se escuchan con frecuencia en la región. El traje consta de una falda con mucho vuelo de color naranja y una blusa blanca con bolero anaranjado.
A su lado está el característico vestuario de cuadros rojos y blancos: el de la cumbia, con boleros blancos en encaje y la falda en posición de baile —recogida por la punta a la altura de la cintura— y con el vuelo necesario para garantizar el movimiento que simula el mar en las armonías coreográficas. A pesar de que el lugar está en absoluto silencio, la diversidad folclórica de los vestuarios le recuerda al visitante los sonidos de todas las regiones de Colombia.
El ambiente recorre texturas y formas que demuestran que el folclor colombiano utiliza el traje para marcar una identidad y materializar un discurso y un rol. Estos se armonizan en la danza, que requiere una marcación especial y unos materiales específicos para lograr los movimientos que se remontan a la cultura de las regiones.
Jessica Ramírez, bailarina de danza folclórica de la Compañía Atradanza y profesora de baile, sostiene: “El vestuario es un elemento que acompaña y complementa el relato particular del folclor. En ocasiones también tiene una razón de ser dentro de la misma creación dancística y juega un papel importante en el desarrollo de los juegos, rondas o creaciones coreografías. La cumbia, por ejemplo, requiere ligereza en la tela, pero la falda debe tener el suficiente vuelo para que el movimiento de la cadera sea evidente. En cambio, cuando se baila música llanera, la textura de las prendas es más rígida, porque las marcaciones suelen ser con más fuerza; las niñas, por ejemplo, casi no hacen movimiento de falda. Todo esto responde a un modo de manifestar algo, la danza no es solo movimiento, es expresión. Las mujeres, especialmente, hemos hablado siempre desde la danza”.
La importancia del traje en el discurso se refleja en la primera exposición del Museo, llamada Sala de Mestizaje, donde se encuentran los trajes resultantes de la colonización de los españoles, en el encuentro cultural con los indígenas del continente americano; temporalmente, esta sala se ubica entre 1850 y 1950. Aquí los trajes dejan de ser retazos de tela que cubren el cuerpo y se vuelven símbolos de clase, poder y jerarquía. Cada prenda cuenta una historia y una posición social por territorio. Todos exhibidos en cubos de cristal, desde cómo vestían los hombres y mujeres de clase alta, hasta los esclavos y los campesinos.
La historia de Colombia aquí no está en letras, está en telas. A la vez, es una muestra del cambio y la transformación, de un recorrido entre hilos cargados de luchas. Como en la bandera nacional, donde el amarillo es el oro, el azul es el mar y el rojo es la sangre, cada elemento textil que vistió a cualquier persona en el territorio colombiano es símbolo de un discurso, una posición social, unos objetivos o, incluso, unas creencias. Todo ello puede verse en las exposiciones, y un ejemplo son los trajes campesinos con el “cordón de pelo”: este se encuentra en un maniquí de mujer que viste una falda negra, una blusa blanca y un sombrero bajo el cual hay dos trenzas hiladas y finalizadas con un listón rojo. Este peinado se cataloga como “símbolo de la fecundidad femenina”, como explica la ficha técnica que acompaña la exposición.
El Museo cuenta con seis exposiciones permanentes y una temporal, con una mirada profunda a la historia y la diversidad del traje. Por un lado, la transformación, empezando por el traje prehispánico, pasando por el traje europeo y llegando al traje del mestizaje. Y, por el otro, la tradición y la labor textil en un cruce de culturas, cargado de símbolos.
La labor de la curadora, María Alejandra Fuentes —antropóloga, profesional en Educación y Cultura de la Unidad de Patrimonio de la Universidad de América y magíster en Museología y Gestión del Patrimonio—, rescata la historia desde una perspectiva contemporánea, y para ello requiere rigurosidad y practicismo, pues en cada exposición debe garantizar que se narre un relato y captar la atención de los visitantes.
“Una colección de trajes está compuesta por muchas piezas, materiales y técnicas —asegura la antropóloga—, por lo que lograr que el público preste atención particular a estos detalles requiere de estrategias de mediación y curaduría muy precisas. Adicionalmente, trabajar con las fibras tejidas tiene la particularidad de que son elementos de los que la gente quiere sentir su materialidad, por lo que se requiere innovar en estas estrategias”.
Los elementos que se utilizan en cada sala deben ser muy bien elegidos, porque no es únicamente una exposición de prendas, sino que se diseña una escena que crea una atmósfera sobre lo que significa esta prenda. Y el objetivo de María Alejandra se ve reflejado en la entrada a cada una de las exposiciones. La del Traje Prehispánico está acompañada de testimonios arqueológicos que complementan el significado de las prendas en esta época: para los habitantes del territorio, antes de la llegada de los españoles, las formas de vestir —no solo el traje, sino también la ornamentación corporal— eran una manera de comunicar, de identificarse y de expresar el género, el estatus y la edad.
Los trajes exhibidos, en su mayoría masculinos, destacan por los patrones y las texturas, no cuentan con muchas costuras, lucen como mantas levemente intervenidas para formar una pieza que cubre el cuerpo. Además, como se expone en la sala, “pintarse la piel era como vestirse”, por lo que los indígenas extraían los colorantes y las tinturas de las plantas para aplicarlas en la piel y, a través de ellos, al igual que con la ropa, hablaban de su posición en la comunidad. La pintura, además de protegerlos de los rayos solares, los conectaba con su religión.
La exposición, más aún, resalta la desnudez como otra forma de vestir. A través de piezas arqueológicas destacan que muchos de los indígenas que poblaban el territorio no vestían más que accesorios en sus brazos y piernas, y muchas veces solo cubrían sus genitales con diferentes molduras en oro.
Como María Alejandra reitera, “los trajes son elementos que nos narran la historia económica, social y cultural de un país visto desde todas sus aristas. Todas las personas tienen la necesidad de vestirse, por lo que podemos encontrar referencias a los trajes tanto de las regiones como en los contextos urbanos, en las clases sociales altas y bajas, en hombres y en mujeres; por esto es una fuente de información muy valiosa que prevalece hasta nuestro tiempo. El vestuario como elemento de identidad nos permite hablar de los procesos culturales y sociales que se han vivido en distintas épocas”.
Al costado derecho, la Sala del Traje Europeo es una de las que más cargas simbólicas tienen y se ubica temporalmente en el siglo XIX. En la mitad hay un piano de gran tamaño, con un maniquí sentado al frente simulando que lo está tocando y, a su alrededor, otros ocho maniquíes que simulan ser los espectadores. En la pared hay un espejo con marco dorado, todo es lujo y elegancia. Las prendas que destacan son los vestidos largos y cubiertos de las mujeres y los trajes negros de los hombres. Se explica que esta sala es el resultado de la colonización de los españoles con alta influencia de la moda europea. Y, como es común, la jerarquía social también está marcada por el vestuario: las personas con mayor poder adquisitivo replicaban diseños europeos e, incluso, traían telas desde ese continente, mientras que los de menor poder adaptaban sus trajes, intentando integrar elementos del vestuario europeo.
En la siguiente sala, el museo aborda la Tradición del Tejido. La curadora argumenta que cada costura y cada bordado interactúa en la dimensión de lo personal y de lo colectivo: “Desde lo personal nos conectamos con nuestra intuición, plasmamos nuestros anhelos, ilusiones, sentimientos y temores. Desde lo colectivo le damos voz a nuestras historias, entrelazamos nuestras emociones. Mientras cosemos, vamos tejiendo la historia de los demás”, afirma.
Reflejado a través del proyecto CoSerse —una iniciativa de mujeres que se unieron a través del bordado y la costura, y por medio de encuentros manifestaban sus vivencias y dignificaban el oficio— durante un año convirtieron retazos de telas en historias. Aquí se encuentran rostros, formas y dibujos tejidos en diferentes superficies. El Museo tiene una panorámica que vincula de forma permanente los materiales con la memoria. Todo está cargado de sentido y significado.
El tejido se conecta con la costumbre en la Sala de Tradición Textil, donde no solo se encuentran bordados de prendas, sino también cestos, mochilas, hamacas y chinchorros. El Museo, en las fichas que acompañan la exposición, afirma: “Desde tiempos inmemorables el hombre ha satisfecho muchas de sus necesidades básicas tejiendo”, consolidando una armonía entre la funcionalidad y la estética. Las prendas se empiezan a crear con el único fin de acoplar el cuerpo a un clima, pero se transforman en un elemento que trata de embellecer esa corporalidad.
De allí, diferentes tipos de tejidos están expuestos en los exhibidores: punto de media, frivolidad, soles de Maracaibo y macramé, entre otros. Cada pieza se acompaña de su modo de elaboración, las puntadas, la aguja con que se realiza y su origen.
También se narra la historia del tejido en Colombia, empezando con la influencia de las pocas mujeres españolas que pisaron el territorio americano y ajustaron sus costumbres a las que ya lo poblaban y les enseñaron sus técnicas de tejido, bordado y costura. Con los españoles, indudablemente, llegó una nueva forma de vestir, pues impusieron su costumbre entre los nativos; de allí que se les asignaran a las mujeres las tareas domésticas y los oficios del tejido y el bordado.
Y con las mujeres en el foco, la siguiente sala es protagonizada por la falda. Acá se siente con más cercanía el folclor. De fondo la armonía de Llorando, de la maestra Etelvina Maldonado, ambienta el lugar. Con la voz femenina al ritmo de los tambores, las faldas que cuelgan del techo se menean con el viento.
Esta es la sala más grande del Museo y aquí la falda es todo un discurso y forja un ritual. La música se intensifica y una mujer joven con uno de los trajes típicos de la región Caribe invita a todos los asistentes a sentarse alrededor de una enorme falda compuesta por muchas faldas. El tema musical de ‘la Niña Telvo’ se acaba, pero la armonía femenina la retoma Aida Bossa, con la composición Asina jue. El ritual continúa con las preguntas: ¿Cómo es esta falda? ¿Cómo se siente esta falda? ¿Cómo visto esta falda? ¿De qué forma podría estar conmigo? ¿Cuál es o cómo es mi relación con las faldas?…
Las personas se conectan con la prenda y completan toda la experiencia, con lo cual entienden que cada pieza que se utiliza sobre el cuerpo cumple más que una función práctica.
El Museo de Trajes de Bogotá narra desde otra perspectiva y reflexiona sobre el vestir y la moda. El paso por acá no solo es de memoria histórica, es de representación social. Habla de la identidad colombiana a través de hilos, recorre desde el oficio de quien cose, hasta de quien lo viste con alguna intención.
Los trajes típicos se exhiben no con el objetivo de separarlos de los colombianos, sino de enaltecerlos y demostrar su vigencia. Es una manifestación de lucha y de símbolos que le han dado personalidad al territorio. El traje revoluciona.
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Vestuario típico de la danza del mapalé. |
Trajes de los campesinos de Boyacá. |
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Vestuario de la época prehispánica.
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Piezas arqueológicas que describen formas de vestir en la época prehispánica. |
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Trajes en la llegada de los españoles. |
Ritual en torno a la falda. |

