Moda

El cosplay, más que un simple disfraz


Sofía Piñeros Saravia

Cosplay

El cosplay, más que un simple disfraz

El cosplay es un fenómeno que ha atraído la atención alrededor del mundo. Detrás de la representación física y dramática de diversos personajes de ficción, se esconde una comunidad para la que se ha convertido, más allá de un pasatiempo, en un estilo de vida.

 

Texto: Sofía Piñeros Saravia

sofia-pineros@javeriana.edu.co

Fotos: KUMA, Sofía Piñeros, Kevin Rodríguez, Laito Dainser y Bokeh Fotografía

 

Imaginen esto: Bogotá, segunda semana de octubre, Corferias. Más de 200.000 personas recorren los pabellones del Salón de Ocio y la Fantasía (SOFA), muchas de ellas disfrazadas de sus personajes favoritos de ficción. Por allí pasa una mujer idéntica a la princesa Peach, del videojuego Mario Bross, luciendo un vestido rosado, una peluca rubia y una pequeña corona. Va acompañada de un hombre disfrazado de ninja, con un traje negro con listones rojos y dos espadas en cada una de sus manos. Detrás de ellos hay una adolescente disfrazada de elfa: luce una peluca blanca larga, lentes de contacto verdes, una tiara y unas orejas de látex. Todo en ella parece perfectamente pensado, y quienes se acercan la miran, le toman fotos y halagan el esfuerzo puesto en cada una de las prendas y accesorios que tiene.

Cada paso es un descubrimiento: criaturas mitológicas, robots, monstruos, guerreros espaciales, personajes del manga… Hay cientos de disfraces que lucen personas de todas las edades, las cuales conforman una comunidad en la que la fantasía es protagonista.

Algunos disfraces son elaborados con patrones y detalles intrincados, otros son sencillos. Sin embargo, en todos se nota el esfuerzo y muchos de los outfits están confeccionado con prendas que se pueden encontrar en el propio armario. Hay personajes fácilmente reconocibles, otros que no, pero a pesar de las diferencias entre cada uno de los disfraces —porque incluso los que son del mismo personaje tienen sus toques únicos—, se puede entender claramente algo fundamental: todas las personas que decidieron venir aquí, que consiguieron la ropa, el maquillaje, los accesorios, que planearon con amigos y viajaron en grupos o aquellos que decidieron acudir solos, tienen una pasión ardiente por este pasatiempo y por los personajes que eligen “ser”. Esto es el cosplay.

El término cosplay nace de mezclar las palabras inglesas costume (‘disfraz’) y play (jugar o actuar), y se refiere a la actividad —¿al arte?— de vestirse para asemejarse al personaje de una película, serie, libro o videojuego y lograr una suerte de espectáculo visual. El fenómeno emergió en los años setenta en Japón y se ha extendido alrededor del mundo, hasta el punto de que hoy se organizan eventos gigantescos en los que los cosplayers se reúnen, como las comic-cons que se realizan en varias ciudades del planeta y que atraen a millones de espectadores, muchos de los cuales acuden con disfraces que son en sí mismos pura fantasía.

Como cualquier pasatiempo, el cosplay tiene su propia cultura y comunidad, la cual está compuesta por todo tipo de artistas y negocios dedicados a la creación de vestuario, pelucas y accesorios utilizados para transformar la apariencia. Tal es el caso de Bogotá con eventos como el SOFA. Y, aunque aquí la cultura cosplay no tiene la magnitud de otros países y los cosplayers suelen ser vistos más en las redes sociales y en eventos pequeños, eso no significa que no exista un fenómeno que empieza a florecer escondido en la ciudad y que crece cada año.

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Laura Hernández, estudiante de arte y diseño, es una cosplayer amante del anime y quien disfruta asistir a eventos como el SOFA, pues le permiten explotar su creatividad al máximo. A diferencia de quienes prefieren comprar los trajes o utilizar los que ya tienen en casa —una tendencia conocida como closet cosplay—, ella diseña y confecciona toda su ropa a mano.

Así, con una bebida a la mano y de fondo Nana, su serie de anime favorita, esta joven se sienta durante largos periodos a crear los vestuarios que necesita para transformarse en alguien más. “Siento que el proceso se vuelve más personal cuando haces todo a mano. Es un reto entretenido. Además, me gusta hacer cosplays de personajes poco conocidos. Esto dificulta la adquisición de ropa y accesorios en Colombia, pues muchas veces no son de buena calidad y no quiero pagar por importación. También siento que confeccionando los trajes o accesorios le puedes dar tu propio toque al personaje, resaltando lo que más te gusta y haciéndolo diferente a todos los demás cosplays”, explica.

Ella no es la única que lo ve de esa manera. María Sofía Cubides, una cosplayer con seis años de experiencia y estudiante de artes plásticas, opina algo parecido cuando se trata de la creación casera del disfraz: “Si no los hago, los estilizo. Siento que es más personalizado el proceso, quizá más artesanal, lo que lo vuelve muchísimo más especial y específico”. En ambos casos, la confección casera es preferida sobre el atuendo, no solo por razones de presupuesto y escasez local, sino también por un profundo amor por el arte manual y la conexión que se crea entre el cosplayer y sus prendas.

Aun así, hay cosplayers que no hacen todas sus prendas a mano. Una de ellas es Kumi Hayami, estudiante universitaria de teología, que en sus ocho años de cosplay ha preferido comprar o encargar sus vestuarios. “No tengo máquina de coser, yo también trabajo y estudio, y fabricar un traje implica demasiado tiempo. Por ejemplo, duré seis meses haciendo un cosplay de Seraphine, era contrarreloj, usando el poco tiempo extra que tenía. Ahora no estoy haciendo trajes, este año me estoy dedicando al armado de las pelucas y el desarrollo de los personajes. Me ha tocado mandar a hacer los cosplays con cosmakers [quienes hacen los vestuarios y sus detalles]”.

Y, aunque Kumi no fabrique la ropa, sí desarrolla otros aspectos de la caracterización de los personajes. “Hay muchos tipos de cosplay: yo, en particular, me especializo en las pelucas, el makeup y los props. Me considero más por el lado de los propmakers [quienes hacen la utilería con materiales cómo goma EVA, resina, cartón, arcilla e impresión en 3D]”.

El costo es una de las dificultades para disfrutar este hobby, pues, como lo explica Kumi, “tengo un traje que me costó más de un millón de pesos. Y conseguir prendas de tiendas de Estados Unidos, que nos queda más cerca que China o Japón, puede tardar meses y costar mucho dinero”.

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Pero ¿qué es lo divertido de hacer cosplay? ¿De dónde nace este gusto por ponerle tanto trabajo a un vestuario? Más allá de la satisfacción de terminar un proyecto largo y de las ganas de compartirlo con el resto del mundo, existe una motivación más personal en cada cosplayer. María Sofía lo describe como “poder escapar un ratito de la rutina y descansar bajo la piel de personajes que están o alguna vez estuvieron en mi corazón como algo especial”.

Por su parte, Laura Hernández dice: “Me encanta crear atuendos con los que me siento identificada y ver el resultado del proceso cuando ya está listo. Salir de la monotonía, de cómo me veo la mayoría del tiempo, explorar las posibilidades de mi imagen y hacer honor a series que me gustan, como Nana, Rozen Maiden y Tokyo New Mew. Esa es la razón por la cual hago cosplay”.

Para Kumi, la respuesta está en la atención que recibe cuando utiliza sus trajes, especialmente en eventos como el SOFA. “Cuando se te acerca un niño o los abuelitos, y te dicen que les gusta cómo te ves, uno dice: ‘¡Gracias!’. Uno se queda con eso y me gusta mucho. Me gusta que la gente se sienta feliz con tu trabajo y sentir que valió la pena”. Además, agrega que el cosplay ha tenido un efecto íntimo en su vida: “Soy una persona muy reservada, demasiado. Tú ves mi estilo, mi clóset, y todo es negro. Superreservada, supertímida, pero cuando me pongo un cosplay, la alegría de los otros me hace alegre y me deja mostrar otra faceta de mí. Me siento bien, siento que no soy tímida y que me estoy expresando como soy”.

Pero para los cosplayers esta afición no solo tiene un efecto individual, sino también colectivo, pues terminan perteneciendo a una comunidad en la que encuentran amigos y personas con ideas parecidas. Y eso es parte del encanto. Para Laura Hernández, pertenecer a esta comunidad es agradable y menciona que “aunque la calidad de los cosplays comprados no suele ser la mejor por la falta de buenos proveedores, se notan las ganas de las personas, y eso es lo más importante”.

María Sofía Cubides, por otro lado, siente que la comunidad está “fragmentada”, y que “se siente lindo que más personas de tu país también lo hagan y que todos los que hacemos esto, aunque seamos diferentes, tengamos eso en común”.

Mientras tanto, Kumi dice que le debe muchas amistades y buenos recuerdos a la comunidad que la recibió con brazos abiertos: “Hay muchas comunidades para muchos gustos, entonces yo escogí una del LoL [videojuego League of Legends] y les pregunté si me podía integrar. Tengo unas amigas muy cercanas dentro del cosplay. Hablamos mucho, vamos a eventos juntas y nos empezamos a ayudar entre todas. Hoy en día las amistades que creé en el cosplay me mantienen acá”.

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Y yo, que soy la autora de este texto y parte de esa comunidad, recuerdo que el cosplay más impresionante que he visto en mi vida no fue uno increíblemente complicado, ni de gran tamaño, ni siquiera fue de mi programa favorito. En realidad, era un grupo de nueve personas, todas vestidas para parecerse a personajes del popular anime Demon Slayer.

Los disfraces en sí eran muy parecidos a otros que había visto. No me atrajeron por ningún accesorio especial o maquillaje, sino por el sonido de sus risas. Me llamaron la atención desde el otro lado del pabellón de eventos, y cuando los vi con atención, quedé abrumada por la emoción. Este era un grupo de amigos que se organizaron para ir ese día específico, vistiendo ese atuendo particular, como una unidad. Todos pusieron su tiempo y esfuerzo para adquirir los disfraces, ya fueran comprados o hechos a mano, solo para poder participar del evento como parte de un todo. Todos se reían de algo que uno de ellos había dicho, abrazados, felices. Recuerdo haber pensado que no había mejor imagen del poder del cosplay que esta: la capacidad de unir a las personas por medio de la pasión por un personaje o una historia, para brindar felicidad a quienes participan, así como a quienes los rodean. Eso es inigualable.

 

Kumi Hayami vestida de Xayah, personaje del videojuego League of Legends. Fotografía: Kevin Rodríguez.


 

Laura Hernández vestida de Draculaura, personaje de la serie Monster High. Fotografía: Kuma.


 

Laura Hernández vestida de Suiginto, personaje del anime Rozen

Maiden. Fotografía: Kuma.

 


 

Kumi Hayami en un cosplay de la mercenaria Angie, personaje

de un cómic nacional titulado La guerra de la mágica isla.

Fotografía: Bokeh.


 

Kumi Hayami disfrazada de Seraphine, personaje del videojuego League of Legends. Fotografía: Laito Dainser.


 

María Sofía Cubides (izquierda) vestida de Eyeless Jack, durante el SOFA. Fotografía: Sofía Piñeros.


 

 

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