Moda

¿Cuándo la moda deja de ser libre?


Tatiana Castillo Gonzalez

¿Cuándo la moda deja de ser libre?

Tatiana Castillo Gonzalez / castillo.tc@javeriana.edu.co  / Periodismo de opinión

 

Confieso que desde que tengo uso de razón he amado la moda, estar acorde a las tendencias y a lo que se está usando. Así mismo, como confieso mi amor por la ropa, confieso que desde que administro mi propio dinero he comenzado a cuestionar el impacto que este estilo de vida tiene en mi autoestima. La presión para seguir las últimas tendencias, la ansiedad por no estar a la altura, todo esto me ha llevado a reflexionar sobre qué significa la moda para mí. Me pregunto: “¿Qué tan necesario es que compre esa falda?” o “¿Qué tan necesario es que compre esa camisa que no me gusta, pero que todo el mundo está usando?”. Aunque no es fácil, especialmente cuando lo primero que veo al abrir cualquiera de mis redes sociales son publicidades de los últimos lanzamientos de ropa en marcas como Zara o Bershka. Esto me hace pensar en qué tan influenciado tengo mi algoritmo para que me salga esto al menos cinco veces al día.

" Mi primera experiencia cercana a la moda fue en Sincelejo-Sucre, la ciudad donde crecí. Tenía alrededor de nueve años cuando asistí a un desfile organizado por la mamá de mi mejor amiga. Recuerdo con claridad que la modelo principal era Carolina Cruz y que, si mi memoria no me falla, desfiló con un enterizo rojo que al día de hoy me sigue pareciendo divino. Ese momento me marcó: la pasarela, las luces, la ropa, todo tenía una especie de magia que me atrapó sin que yo lo notara.

A partir de ahí, la moda empezó a tener un lugar especial en mi vida. Al principio era admiración, lo que me llevo entrar en clases de modelaje, luego curiosidad que saciaba viendo pasarelas de moda o Armando outfits en Pinterest, y después una necesidad que amenaza mensualmente cuando llega mi mensualidad económica. Fue así como me enrredé. Lo que comenzó como una forma de admirar la estética y la creatividad, con los años se convirtió en una fuente de ansiedad.

La moda se ha convertido en una fuente de ansiedad para mí y es algo de lo que hablo poco. vestirse se convierte en un reto más que en un acto libre: ¿cómo me veo?, ¿esto está en tendencia?, ¿será suficiente para proyectar lo que quiero ser? La ropa, que debería ser una herramienta de expresión, termina siendo una presión constante.

Esta presión no es solo una percepción individual, sino un reflejo de una realidad social mucho más amplia. Como señala el artículo “¿Cómo influye la moda en el comportamiento de los adolescentes?” Según el médico José Luis Iglesias Diz, “la pertenencia al grupo exige estar a tono con la norma general. Estar a la moda es estar dentro de la mayoría del grupo y eso genera tranquilidad y sentimiento de aceptación”.

Es decir, la moda deja de ser una elección personal para convertirse en una especie de pasaporte social, donde “el tipo de ropa o el disponer de una determinada tecnología puede significar el pertenecer e interactuar o no con un grupo social”. El problema surge cuando no se tienen los recursos para acceder a esos códigos, generando frustración e inseguridad, especialmente en etapas como la adolescencia, donde la validación externa pesa más que nunca.

Ese conflicto me ha llevado también a cuestionar profundamente mis hábitos de consumo. En teoría, me identifico con la idea del “consumo consciente”: esa forma de comprar con criterio, analizando si realmente necesito algo, de dónde proviene, bajo qué condiciones se produjo y cuál es su impacto ambiental o social. Me parece una filosofía coherente con una vida más ética y sostenible. Sin embargo, en la práctica, muchas veces termino cayendo en el “consumo impulsivo”, especialmente cuando estoy aburrida, ansiosa o incluso feliz.

Me ha pasado, por ejemplo, que salgo a dar una vuelta sin intención de comprar nada y, de pronto, estoy vitrineando en tiendas de ropa. Veo una camisa con un diseño que me encanta o una falda que me imagino usando en una salida especial, y sin pensarlo demasiado, la compro. En ese momento siento una satisfacción casi eufórica, como si esa prenda me diera una dosis inmediata de alegría o autoestima. Pero esa emoción suele ser fugaz.

Días después, al revisar el extracto de mi tarjeta o darme cuenta de que no combinaba como creía o ni siquiera la he usado, aparece una sensación incómoda: culpa por haber gastado más de lo planeado, arrepentimiento por no haberme detenido a pensar, incluso frustración conmigo misma por no haber actuado de forma más racional. Es una cadena emocional: emoción, satisfacción inmediata, culpa y arrepentimiento.

Las redes sociales definitivamente no me ayudan y terminan jugando un papel clave en esta dinámica. La influencia de Instagram y TikTok en la percepción de la moda, es innegable. Cada “haul”, cada cambio de outfit, cada closet perfectamente arreglado y sobre todo la cantidad masiva de publicidad de marcas refuerzan la idea de que debemos estar renovando nuestro estilo constantemente. Nos venden la ilusión de que nuestra identidad está atada a la novedad.

En medio de todo esto, he comenzado a buscar otra cosa: la autenticidad de mi propio estilo. Vestirme ya no puede ser solo un ejercicio de imitación. Quiero que mi ropa hable de mí, que mis elecciones no dependan del algoritmo ni del juicio ajeno. Y aunque no siempre lo logro, intento cada vez más que lo que me ponga tenga sentido conmigo, no con la tendencia del momento.

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