Historia: Menstruar en desigualdad - Directo BC
Menstruar en desigualdad
Texto: Elena Bermúdez Rivera
elena.bermudez@javeriana.edu.co
Bio: Soy editora en Directo Bogotá y actualmente hago mi práctica en la Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo. Estoy en mi último año de Comunicación Social y Antropología y tengo interés en la investigación y el análisis de problemáticas socioculturales. Me apasionan los temas de género, de salud y la conexión que existe entre ellos.
Menstruar en desigualdad
La menstruación es un proceso natural que atraviesa a más de la mitad de la población, pero el acceso a información, educación y productos para gestionarla sigue siendo un privilegio. Activistas y sectores políticos comprometidos con los derechos sexuales y reproductivos impulsan medidas para visibilizar y reducir la brecha de desigualdad que representa la pobreza menstrual en Colombia.
Mientras Adela Morales me hace un recorrido por su casa —en el barrio Casa Loma, sector 2, en Usme— me explica que tiene el televisor y la lavadora de ropa escondidos en un cuarto, detrás de unas tablas, para que el funcionario del Sisbén no los vea. Ella suele trabajar como empleada de servicio, pero desde hace unos meses tuvo que renunciar porque el cuidado de su madre recayó completamente en ella. Ahora necesita que el Sisbén vea la situación de pobreza en la que vive para que acepten a su madre en un hogar geriátrico sin cobrarle un dinero con el cual ella no cuenta. Al llegar al baño, durante el recorrido, me enseña un canasto de mimbre que tiene un oso café de peluche en la tapa. Lo abre y ríe.
—Acá es donde guardo las toallas higiénicas, pero no hay ni una porque la economía no da, mami —dice.
En Colombia muchas de las personas que menstrúan —mujeres, hombres transgénero y personas no binarias— no cuentan con las condiciones o los productos para gestionar su menstruación adecuadamente y se ven obligadas a “escoger entre comer o comprar una toalla”, como ella lo expresa. Y es que, según el DANE, aproximadamente 45.000 mujeres viven en la pobreza menstrual. En otras palabras, estas mujeres no tienen acceso a productos como toallas higiénicas o tampones por el gasto económico que representan, no han tenido una formación educativa al respecto o no tienen fácil acceso a baños y agua, entre otros factores que dificultan su experiencia.
Lorena Hernández, encargada de las estrategias de salud menstrual de la Secretaría Distrital de la Salud, explica que en Bogotá, ante la imposibilidad de comprar productos menstruales, las personas “recurren a técnicas de taponamiento, como toallas hechas de telas sucias o “tampones” hechos de papel periódico, que están generando enfermedades en cuello uterino y asociadas al tracto urinario”.
Ante estas técnicas, la ginecóloga Inés Martínez explica el peligro que un mal manejo de las telas y los productos puede causar en la salud de las personas que menstrúan, pues “existe un riesgo muy elevado de usar productos que no son para el cuidado femenino, porque se puede ocasionar un desbalance de la flora vaginal y eso lleva a infecciones fúngicas que pueden tener repercusiones en la calidad de vida de las mujeres. Además, al usar estos productos de forma inadecuada se puede llegar a condiciones más severas, como un shock séptico”.
Este es un problema que los hogares de paso para habitantes de calle en Bogotá intentan atender. En Santa Fe, el corazón de Bogotá, uno de estos hogares trabaja por mitigar estos riesgos. La casa de tres pisos está abierta a las personas que por uno u otro motivo habitan la calle. Algunos de ellos llevan muchos años consumiendo drogas, como el bazuco, y llegan a este espacio para desintoxicarse; otros buscan un plato de comida o un lugar para pasar la noche y resguardarse del frío capitalino, y otros van y vienen porque las dinámicas de la calle suelen ser difíciles de dejar atrás. Cristian Vargas* es un hombre trans de 56 años que habita la calle desde que tiene 12 y llegó al hogar hace dos meses. Desde pequeño cayó en consumo de estupefacientes y explica que, a veces, por estar tan drogado, olvidaba que estaba menstruando.
“Ocho días de periodo donde utilizaba trapitos, papel higiénico, y yo me los introducía, pero eso me llevó al hospital. No sabía cuánto tiempo había tenido eso ahí metido, porque estaba llevado por el consumo”, explica mientras me señala con las manos la forma en que enrollaba los elementos para lograr la absorción de la sangre.
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Adela empieza a preparar el almuerzo que le dará a su familia, y mientras pone los fríjoles en la olla pitadora, explica que cuando era pequeña gestionaba su sangrado con telas de ropa.
—Era buscar a quién romperle la camisa para ponerse un pedazo de tela ahí. Creo que me muero y no supero ese tema, porque fue muy difícil. Y le cogí mucho asco a la sangre. Creo que debido a eso desarrollé una alergia a ciertos componentes de ciertas toallas higiénicas. Tengo que usar las más caritas porque las baratas me hacen daño —afirma.
—¿Y hoy cómo lo hace? —pregunto.
—Normalmente con toallas higiénicas, pero desde que no trabajo, los pañales de mi mamá son una buena solución. Aunque soy muy cerrada de piernas, entonces ahí me duele.
—¿Los pañales los compra?
—No, esos me los da la EPS.
Si este problema ocurre en las ciudades, en lo rural es mayor. La encuesta Pulso Social realizada por el DANE registró que, en abril del 2022, el 13,5 % de las mujeres en el territorio colombiano tuvieron dificultades económicas para adquirir los elementos necesarios para atender su periodo. Esto evidencia una grave situación, pues “el acceso a los artículos para la gestión del sangrado de las mujeres —y de otras personas menstruantes— no está contemplado como una necesidad de primera medida. Todavía seguimos pensando que es un problema de quien menstrúa. Si tú menstrúas, es tu problema”, expresa Lorena Hernández.
Según Raddar Consumer Knowledge, un grupo empresarial colombiano dedicado a comprender y analizar el comportamiento de gasto de consumidores de América Latina, el valor de las ventas nacionales de estos productos entre enero y junio del 2024 supera el billón y medio de pesos. Así, la industria convierte la menstruación en un negocio y, a la vez, refuerza las desigualdades que enfrentan miles de personas que no tienen las capacidades económicas para comprar toallas higiénicas.
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Actualmente, existen cuatro normativas jurídicas que cubren los derechos menstruales en Colombia. Por un lado, está la Sentencia C-117 de 2018 de la Corte Constitucional, en la cual se declaró que las toallas higiénicas y los tampones quedaron exentos de impuestos, pues antes tenían con el 5 % de IVA. Por otro lado, la Sentencia T-398 de 2019 de la Corte Constitucional indicó que el Distrito está obligado a suministrar productos de gestión menstrual a mujeres habitantes de calle. También existe la Ley 2261 de 2022, que establece la entrega gratuita, oportuna y suficiente de productos de higiene menstrual para mujeres y personas menstruantes privadas de la libertad en Colombia. Por último, la Directiva 001 de 2025 del Departamento Administrativo de la Función Pública (DAFP), establece que las mujeres y personas menstruantes vinculadas a esta entidad pueden optar por trabajar desde casa durante tres días al mes debido a los síntomas menstruales. Sin duda, estos avances son importantes para atender el problema, pero para muchas organizaciones sociales y activistas por los derechos sexuales y reproductivos, la educación menstrual debería estar en el centro del debate.
Carolina Ramírez, creadora de Princesas Menstruantes —colectivo de mujeres profesionales en el área social y de la salud, que crea prácticas educativas y metodologías de educación menstrual—, opina que es muy importante que el Estado priorice la educación y la salud menstruales, y que lo haga de manera integral, en aras de promocionar la dignidad menstrual que, en gran parte, es tener acceso a la información. “El principal eje del trabajo en la dignidad menstrual es garantizar que las personas tengan acceso a la información crítica y asertiva en torno a la menstruación y que, además, sea una información que pueda transformar las narrativas que ya están establecidas. Sin educación menstrual no se garantiza el uso de los productos que muchas veces se entregan”, dice ella.
Ramírez explica que muchas personas tienen su menarquia —primera menstruación— sin antes recibir información y educación sobre este tema, lo cual representa un riesgo porque limita la libertad de las personas menstruantes, por no conocer su cuerpo, los procesos que ocurren en él y los cambios que este vive por menstruar.
Nadie habló con Adela acerca de la menstruación; ella fue descubriéndola sola y entendiéndola con el tiempo. Mientras me pide que ponga la mesa para almorzar con su hijo y su esposo, pela un plátano para hacer tajadas fritas y rememora su primera menstruación:
¡Ni mi mamá ni el colegio me hablaron de esto. Aprendí sobre la menstruación cuando ya fui mamá. Cuando me llegó, creí que me iba a morir. Y cuando tuve a mi hija, quise que ella tuviera ese conocimiento que yo no tuve, y por eso le hablé de la menstruación y de los cambios en su cuerpo desde el principio. Creo que es importante que conozcamos más nuestro cuerpo, no debería haber ese tabú”, dice.
Adela quedó embarazada a los 15 años y se casó a los 16. Al poco tiempo de dar a luz, volvió a quedar embarazada y en ese entonces no sabía qué hacer para no tener más hijos. Entonces, le contó a una vecina y ella fue quien le explicó que debía utilizar un método anticonceptivo para frenar los embarazos.
“Mucho tiempo después sí le pregunté a mi mamá por qué no nos había enseñado eso a nosotras. O que por qué cuando alguien quería tomarnos para hacernos actos sexuales, no nos había instruido al respecto. Y ella decía que a ella nunca nadie le había enseñado y que era un tema muy privado. Y pues a mí no me parece para nada privado, hay que tocarlo en todas las épocas de la vida”, opina.
Estas situaciones revelan los innumerables obstáculos que deben sortear quienes menstrúan para atravesar un proceso natural e ineludible, uno que durante años ha sido silenciado y relegado al mundo de los tabúes.
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Ante una creciente preocupación por estos temas, organizaciones sociales que luchan por los derechos de las mujeres, han adelantado procesos que buscan mejorar el bienestar de las personas a la hora de menstruar.
Por ejemplo, Xiua Ecología Femenina es una empresa que vende toallas higiénicas de tela y calzones absorbentes para promover menstruaciones sostenibles; además, realiza talleres en los cuales personas de escasos recursos aprenden a hacer sus propias toallas de tela con los materiales apropiados.
La iniciativa Princesas Menstruantes busca llenar los vacíos de información en zonas rurales de Colombia para que las niñas aprendan sobre su cuerpo y sobre su ciclo antes de la menarquia.
Y la Secretaría Distrital de Salud busca ampliar el alcance de la atención que brinda para que la menstruación no se convierta en un problema de salud, fortalecer las estrategias de educación menstrual en escuelas del Distrito de Bogotá, evaluar las condiciones en las que las personas están menstruando y promover más investigaciones sobre la menstruación desde los campos médico, pedagógico, psicológico, social y regional.
Aunque la menstruación ocupa cada vez más espacios en los debates públicos, esto todavía no es suficiente. Las iniciativas del Distrito y de las diferentes organizaciones feministas son esenciales para seguir avanzando en los derechos sexuales y reproductivos —los cuales incluyen la menstruación—, pero aún falta mucho camino por recorrer.
“Creo que si desde niñas nos enseñan que debemos cuidar nuestras partes íntimas, tener una higiene y no ponernos cualquier cosa allá, seguramente vamos a tener una vida más saludable en todos los sentidos”, expresa Adela Morales mientras asiente suavemente con su cabeza y sirve los fríjoles en cuatro platos.
Luego, con el cucharón en mano, pausa su movimiento cuidadoso y me mira fijamente: “Nos falta mucho para aprender a cuidarnos, para aprender a amarnos”, finaliza.
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