Crónica

El ballet: la perfección del cuerpo


Manuela Cabezas

Ballet

El ballet: la perfección del cuerpo

El ballet desafía la naturaleza del cuerpo humano: la gravedad empuja hacia abajo, pero las bailarinas van hacia arriba en sus puntas, arquean la espalda hasta lo imposible y estiran cada músculo más allá del límite. Implica sangre, lesiones y un dolor constante disfrazado de gracia, pues a los ojos del público son escultura de perfección.

Texto y fotografías: Manuela Cabezas Gómez

mcabezasg@javeriana.edu.co

 

Desde la puerta del camerino, el olor a Voltaren ya es notable. Es un olor ácido, medicinal, que se adhiere a la piel y traspasa las mallas de las bailarinas de ballet. Para ellas es un recordatorio de sus músculos castigados y sus articulaciones inflamadas. Regadas por el piso, unas bailarinas se masajean las piernas, algunas con las manos y otras con unos rollos que pasan fuertemente por su cuerpo, como si intentaran aliviar la fatiga de años de disciplina. Empieza a oler también a laca y gel, algunas se tapan la nariz porque el olor es fuerte, pero no pueden darse el lujo de entrar con un pelo suelto a la clase.

Y ahí están ellas, en la academia y compañía Ballet Tosín, en la 109 con carrera séptima, en una casa escondida entre unas rejas negras . Parece una simple casa de ladrillo, pero al entrar se encuentra una recepción repleta de trofeos, medallas y diplomas obtenidos en competencias y festivales nacionales e internacionales. También, un par de sofás donde los padres esperan a sus pequeñas hijas, que empiezan a bailar desde los cuatro años, y salen con los cachetes colorados de clase.

Al lado izquierdo de la recepción, la puerta blanca del salón está cerrada, pero se escucha la música de la clase. Al lado derecho está el camerino de donde emanan los olores. En las paredes hay varias fotos de bailarinas en poses antinaturales, probablemente esas que les causan los dolores: piernas tan flexibles que logran abrirse en una línea recta, empeines y columnas que forman medialunas y todas paradas en las puntas de sus pies, en equilibrio.

Cuando la directora de la compañía, Liana Tosín, abre la puerta del salón, todas guardan sus implementos y cremas y se ponen sus zapatillas de media punta para entrar corriendo al salón. Cada una, antes de salir, se mira por un segundo en el espejo; algunas ven sus zapatillas tan desgastadas como sus piernas y pies, como si supieran que el cuerpo, además de ser su instrumento más preciado, es tanto templo como campo de batalla. Pero en realidad todas se aseguran de que en medio de todo el dolor y el desgaste, se vean perfectas, como si el ballet en realidad fuera fácil.

 

Se llama Liana Tosín y es la maestra

La maestra tiene alrededor de 60 años, pero dice que “no es adecuado decir la edad”. No es tan alta, tiene el pelo corto pintado de castaño, es delgada y elegante, se nota que ha bailado toda la vida. Siempre usa un saco negro con el logo de su academia y un leggin gris.

Tosín espera a las bailarinas de la compañía parada entre la recepción y el salón. Les dice “apúrense” unas cuatro veces seguidas, mientras todas entran corriendo con pasitos muy cortos en las puntas de sus pies. Ya con todas adentro, cierra la puerta. La menor de la compañía tiene 16 años, y la mayor, alrededor de 40.

—Pongan las barras y acomódense —dice la maestra mientras se sienta en su escritorio, donde hay una grabadora negra, para buscar el disco con el que dictará la clase.

—Sí, señora —le responden al unísono, sin perder un solo segundo para hacer lo que la maestra les dijo. Mientras tanto, la maestra pone el disco en la grabadora y sube el volumen a 30.

Liana tiene más de 40 años de experiencia como maestra y otros más como bailarina. “Bailo desde que tengo 4 años, aquí en la academia. Mi madre era mi maestra, ella fundó la academia. Pero mi pasión por la enseñanza empezó cuando mi madre me pedía que dictara por ella las clases de las chiquitas”, dice.

Todas las bailarinas entienden los ejercicios que ella dicta solo con la terminología que saben de memoria, pero a la maestra le gusta pararse a mostrárselos, como si aún pudiera bailar. Algunos ejercicios los muestra con dificultad, pues después de atravesar dos reemplazos de cadera, por lo mucho que ha bailado en su vida, ahora le cuesta hacer algunas cosas.

—Los médicos me dicen que no debería moverme tanto —afirma la maestra.

—Y, entonces, ¿por qué se para a demostrar los ejercicios? —pregunto.

—Es que a mí no me duele, y así es como dicto las clases, es natural —responde.

Cuando se para de la silla cojea un poco mientras acomoda su cadera para caminar. Todas se mueven para darle espacio a la maestra en la barra, y en el momento en el que ella pone una mano, la rotación de sus manos y de sus pies es perfecta. De vez en cuando empieza a dar vueltas por el salón para poder ver a sus bailarinas de cerca y corregirlas.

En los développé se acerca a aquellas a las que más les cuesta subir la pierna y sostenerla en el aire a más de 90°; les coge la pierna y la empuja hasta formar uno de 180° y les dice “fuerza”, para que se mantengan ahí. O en el souplesse, que consiste en doblar el tronco hacia adelante o hacia atrás, la maestra empuja la espalda de las bailarinas para que se doblen lo que más puedan. Después de tantos años, ella más que nadie sabe lo malagradecido que puede ser el cuerpo si no se trabaja.

 

Se llama Camila, y cuando dobla la espalda logra juntar sus piernas con su cabeza

Camila no recuerda su vida sin ballet. “Empecé cuando era apenas una niña de jardín infantil, antes de entender siquiera lo que significaba la disciplina”, dice la bailarina. Después construyó sus bases, aprendió a sostener el equilibrio, a girar sin marearse, a entender que su cuerpo podía hacer cosas que parecían imposibles. Es una bailarina muy completa. Ahora, “el ballet no es solo parte de mi rutina, sino de mi esencia”, afirma.

Con sus 18 años, también es estudiante de ingeniería industrial, y aunque es de las más bajitas de la compañía, no se queda atrás en nada. Tiene el pelo negro y muy largo, pero con la moña casi no se nota. Cuando la maestra abre la puerta del salón, ella es la primera en correr para coger la barra lo más adelante posible. Se empieza a estirar bruscamente antes de que suene la música de inicio, estira sus piernas, se para en sus puntas y dobla su espalda. Durante la clase se observa mucho en el espejo, pone cara de desagrado cuando no le sale un paso y no se queda quieta ni un segundo.

Cuando dobla la espalda en un souplesse o en un attitude hacia atrás —que consiste en sostenerse sobre una pierna mientras la otra se levanta y se dobla hacia la cabeza— parece romper las reglas del cuerpo. Su columna cede con una facilidad casi irreal, hasta que su cabeza se encuentra con sus piernas y forma una circunferencia. Es una imagen que desafía la lógica, su columna parece de caucho. No todos pueden hacerlo, y aunque el ballet exige mucho de todos los cuerpos, el suyo ha aprendido a moverse con una elasticidad casi sobrenatural.

“No sé si algún día llegaré a las mejores compañías del mundo, no por falta de pasión, sino por falta de tiempo, ya estoy muy grande”, dice Camila. La vida y el ballet a veces tienen tiempos distintos, pero aun así, no piensa dejar de bailar y es evidente en lo autoexigente que es. Ella dice que quiere alcanzar un nivel profesional: “Así, si un día decido presentarme a alguna audición, mi cuerpo y mi técnica estarán listas”.

Al finalizar la clase, a las 8:30 p. m. ,todas salen a sus casas, pues ya es tarde, pero Camila se queda unos minutos más en el salón. Empieza a practicar sus variaciones y los pasos en los que más se quiere destacar. Mientras todas terminan agotadas, ella quisiera hacer más. Pero cuando ya la maestra apaga las luces del salón, casi a la fuerza, Camila sale a darle descanso a su cuerpo después de casi tres horas de baile.

 

Se llama Laura Mei, y el empeine de sus pies logra hacer un medio círculo perfecto

Al empezar la clase con la maestra Tosín, Laura Mei se pone en la punta de sus pies: el arco de su empeine dibuja una medialuna, como si la línea de su pie continuara la curvatura de su pierna sin interrupción. No es solo una cualidad estética; ese empeine le da una facilidad sorprendente para sostener sus piernas en el aire más tiempo que el resto de las niñas. Y a pesar de ser bajita, parada en lo que la maestra llama “la media punta más alta de la clase”, se ve con las piernas más largas que sus compañeras que miden un 1,80.

El único problema con la hiperlaxitud de sus pies es que, al no ser tan rígidos, le cuesta mantenerse en los giros y en equilibrio; es de las más propensas a sufrir lesiones y caídas. Cuando llega el ejercicio de los giros, arruga los ojos, aprieta los labios y se lanza a dar vueltas, pues sus pies se doblan tanto, que sus giros parecen tener problemas de inestabilidad, como si estuviera despegando un cohete en diagonal e intentara luchar contra las fuerzas de la naturaleza para hacer giros fuera de un eje central.

Ella es la menor de la compañía: solo tiene 16 años y es estudiante de bachillerato. Empezó a bailar a los 6, cuando todavía no sabía poner en palabras lo que sentía al ver el ballet. “El ballet siempre me pareció hermoso, cada movimiento tiene algo mágico”, dice Laura Mei al pensar en su primer acercamiento al ballet. Y es que los bailarines parecen flotar en un mundo que no obedece las reglas de la realidad, no obedece a la naturaleza misma. Y ya en el centro del salón, sin las barras, ella parece una de esas bailarinas que antes veía bailar mágicamente; es casi imposible pararse en una parte tan delgada de los dedos y bailar como ella lo hace.

Esos empeines curvos son más que algo técnico, “para mí son un refugio, es mi fuerte”, dice la bailarina. En cada ensayo, parece que su tiempo se detiene y que solo existen la música y sus virtuosos pies. Aprovecha su talento al máximo. Laura Mei dice: “No sé si tendré una carrera en esto”, pero la maestra Liana le recuerda constantemente que sus condiciones físicas son casi un milagro para las personas que sueñan con bailar profesionalmente.

Cuando la clase con la compañía termina y el salón queda en silencio, Laura Mei se sienta en el camerino, con las piernas extendidas, estirando sus pies cuyos dedos alcanzan a tocar el piso. Pone cara de dolor y de cansancio, pero ese es el esfuerzo que se hace al estar en una compañía de ballet.

 

Se llama Valerie, y sus piernas suben hasta lograr un ángulo de 180°

Valerie llegó tarde al ballet, o al menos eso pensaba. A los 20 años, cuando la mayoría de las bailarinas ya llevaban más de una década entrenando, ella dio su primer paso en un salón de clases. Hoy tiene 26 años y además del ballet trabaja en una empresa de cobranza. “Cuando empecé, buscaba un hobbie, una disciplina que me desafiara, que fortaleciera mi mente y, al mismo tiempo, me diera una línea elegante”, dice Valerie. Lo que no esperaba era descubrir que su cuerpo tenía una facilidad natural para ciertas cosas, además de que su disciplina la impulsaba a ser mejor.

Mientras la mayoría de las integrantes de la compañía llegan a las clases sobre el tiempo o, incluso, tarde, Valerie llega 20 minutos antes. En el camerino, luego de embalsamarse de cremas que alivian el dolor, calienta y estira más que todas. Trae bandas de caucho y bloques en los que pone sus piernas para hacer una sobreextensión.

Valerie entra al salón un poco tímida y se hace en las barras del fondo porque ella sabe que la competencia ahí es con ella misma. Mientras otras luchan para estirar las piernas más allá de los 90°, las de Valerie se elevan en la clase con una soltura asombrosa hasta alcanzar un ángulo perfecto de 180°, que algún día quiere superar.

Se nota, en la sonrisa que mantiene durante toda la clase, que el ballet dejó de ser solo un pasatiempo. Ella dice que es su “escape del estrés diario, se convirtió en un espacio donde puedo expresarme sin palabras”. Aunque al hablar es introvertida, en el salón de clases se transforma. En cada paso que hace, con sus largas piernas y su peinado francés, se ve muy segura de sí misma.

Valerie se para frente al espejo y eleva la pierna hasta formar una línea perfecta con su torso. “Nunca pienso en el tiempo perdido ni en lo tarde que empecé, me siento muy cómoda”, afirma la bailarina. Solo siente la música y la certeza de que, sin importar cuándo comenzó, el ballet siempre había estado esperándola.

 

Se llama Ana María, y puede estar en las puntas de sus pies como si alguien la sostuviera

Ana María desafía la gravedad. Además de bailarina, es estudiante de derecho. Con 19 años, su pelo mono y su 1,70 metros de estatura, cuando se para en las puntas, se sostiene con una ligereza que parece imposible. Mientras todo cae, ella se eleva. Su equilibrio perfecto no es solo técnica, es control absoluto de su cuerpo.

Llega tarde a clase, siempre a la barra de atrás. Desde los primeros pliés hasta los grands battements, vive cada ejercicio, conectando mente y cuerpo de una manera casi intuitiva. Aunque no tiene hiperlaxitud en los pies, después de quince años de bailar ballet su media punta es muy alta e igual así se sostiene como un pajarito posado sobre un árbol.

El ballet le ha enseñado sobre sus límites, sobre lo que es capaz de hacer. “Ha sido difícil, exigente, pero nunca he querido dejarlo, quiero bailar siempre, yo no soy yo sin el ballet”, dice. Ahora sueña con ir a Budapest, y por ellos se presentó para estudiar danza allá. Le gustaría “probarse en un nuevo escenario, absorber otra cultura y seguir bailando”. Le gustaría compartir esta pasión con las futuras generaciones de su familia, quiere “ver a las hijas que tenga moverse con la misma libertad que yo encontré en el ballet”.

Y todo eso sueña Ana María mientras se ve en el espejo bailar. En los ejercicios del centro es la que más se puede mantener en las puntas. Es evidente que sus tobillos han entrenado, son muy fuertes. Sube a las puntas con precisión y se queda quieta, no se mueve ni medio centímetro, como si le fueran a tomar una foto. Y al finalizar la clase se quita las zapatillas y deja a sus pies ‘respirar’, pues al otro día tienen que volver a bailar.

 

Se llama Saritah, y con su expresión conquista al público

Aunque pase inadvertida en el ballet, la cara hace parte del cuerpo y se usa en esta disciplina. Desde los seis años, Saritah ha vivido entre espejos altos y pisos de madera que crujen bajo sus zapatillas. Siempre va a clase con peinados perfectos y elaborados que resaltan su pelo castaño. Su cara es definida, siempre tiene una sonrisa y sus facciones son finas.

A sus 17 años, el ballet no es solo una actividad que llena sus tardes: “Es parte de mí, es una disciplina que ha moldeado mi cuerpo y mi carácter”, dice. Su presencia en la clase transmite limpieza y precisión, las mismas virtudes con las que moldea cada movimiento. No es la más alta de la clase ni la más flexible, pero cuando baila es imposible no mirarla.

Desde la barra que elige, la más cercana a la maestra, es evidente que se quiere hacer notar con su cara y sus brazos estirados. Puede transmitir emociones con cada gesto y con cada movimiento que parece brotar desde lo más profundo de su ser. En el adagio, una serie de movimientos lentos y controlados, su expresión se llena de melancolía; cuando el ejercicio es el allegro, movimientos rápidos acompañados por saltos, su sonrisa ilumina el salón.

El movimiento de la cabeza es fundamental en esta disciplina. Cada posición de brazo, cuerpo y piernas tiene una posición de cabeza correspondiente, y Saritah las hace perfectas. No se conforma con repetir mecánicamente los movimientos: hace parecer que los siente de verdad con el buen uso que le da a su cabeza.

Cada ejercicio de las clases de ballet tiene una preparación. En este caso, Liana indica una quinta posición para iniciar: los pies están juntos, con el talón de un pie contra la punta del otro. Saritah está quieta en su preparación, y cuando la música empieza a sonar, lleva su brazo derecho de abajo hacia arriba, hasta la altura del pecho, mientras su cabeza sigue el movimiento de la mano.

“No sé exactamente hasta dónde me llevará el ballet, pero quiero seguir formándome, creciendo como artista”, afirma la bailarina. Es posible imaginarla, con su pelo castaño claro, los ojos grandes y las pestañas crespas, vestida de cisne blanco. Moviendo los brazos y la cabeza en perfecta armonía mientras el público la observa, cautivados por la perfección del cuerpo de una bailarina en escena.

 

Destacados

“El cuerpo es tanto un templo como un campo de batalla”.

“Ella, más que nadie, sabe lo malagradecido que puede ser el cuerpo si no se trabaja”.

“La vida y el ballet a veces tienen tiempos distintos”.

Fotos

La flexibilidad de Laura Mei es excepcional:

sus dedos se arquean con naturalidad en un cou-de-pied impecable.


 

Los pies de Laura Mei forman una curva perfecta.


 

Laura Mei sostiene un arabesque con gracia y precisión.

 


 

Camila arquea su espalda con facilidad,

logrando que sus manos rocen sus pies.


 

Camila se entrega a un profundo cambré hacia atrás.

 


 

Camila sostiene un elegante attitude hacia atráscon

gran control.


 

Camila domina la técnica en un escorpión preciso y elegante.


 

Valerie eleva su pierna con impecable extensión,

alcanzando los 180°.


 

Valerie se extiende en un spagat con admirable soltura.


 

Ana María mantiene el equilibrio perfecto en un arabesque.


 

Las estudiantes de Ballet Tosín practican el passé-retiré

en la barra con precisión y concentración.


 

Las estudiantes de Ballet Tosín trabajan el cou-de-pied

con concentración


 

 

 

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