Especial cuerpo

Del biombo al beat


Luna Badrán

Del biombo al beat

Texto y fotos: Luna Manuela Badrán Rodríguez

badranlmanuela@javeriana.edu.co

Bio: Estudiante de Comunicación Social con énfasis en Periodismo y Producción Editorial y Multimedial de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Cronista, ilustradora infantil, juvenil y escritora. Entre papeles y pantallas, mi obra recorre la fascinación por la cultura, sus gentes y los colores.

 

Del biombo al beat

El hiphop es un fenómeno en Colombia. En la última década, las mujeres bailarinas y compositoras de rap están llegando con más frecuencia a las tarimas. Juana Torres, Salomé Cifuentes y Michelle García son tres artistas inmersas en la escena urbana.

Es sábado por la mañana y es día de entrenamiento. Juana se para frente al espejo con la misma tensión con la que lo haría ante una multitud. Nadie la observa, pero ella actúa como si cada movimiento tuviera que ser válido. Su sombra, proyectada en la pared, parece otra bailarina lista para enfrentarla. Se mira fijamente, como midiendo a una contrincante invisible. El cuerpo se dobla hacia el piso, mientras sus manos dibujan cuadrados en el aire. Dos giros, una pausa. Repite, corrige, respira. En ese espacio íntimo, sin luces ni aplausos, ella se prepara.

Juana Torres tiene 24 años, es bailarina profesional de danza urbana desde hace nueve años y en el gremio la conocen como Orange. También es gestora sociocultural de proyectos y formadora de bailarines en la escena street dance enfocados en hiphop freestyle. En febrero de 2025 fue campeona en la primera clasificatoria de Red Bull Dance Your Style, una competencia que reunió a artistas en una celebración de baile, música y performance que recreaba la atmósfera de estos estilos.

Orange es de cuerpo fino, facciones afiladas y feminidad evidente: cabello largo rubio, maquillaje bien puesto y retocado, una delicada joya en la nariz y manos delgadas que en escena marcan el compás. Ella reconoce que hay una escena urbana palpitante que admite nuevas masculinidades y feminidades, pero también que la danza urbana no siempre fue un escenario transgresor, sino opresor.

“Soy una revolución constante. Lo soy puramente, por el hecho de haber nacido mujer y hacer hiphop. Como siempre se dijo que la danza fue creada por hombres, o me convertía en uno de ellos para entrar y cambiar el juego desde adentro o nunca entraba. No es cualquier comunidad; he visto cómo mujeres dentro del gremio pierden su energía femenina por querer pertenecer a este contexto masculino. A mí me tocó hacerlo. Me rapé todo el cabello y empecé a batallar calva. Mi ropa empezó a ser supremamente ancha. Era tosca, brusca. Hasta que me harté y dije que, si el contexto no cambiaba, yo cambiaría para cambiarlo. Ahora, si yo no tuviera esta posición y este respeto, nadie me escucharía. Tuve que profesionalizarlo”, dice con firmeza.

Tomar la decisión de dedicarse a la danza no fue fácil. “El arte no es bien visto económicamente”, explica Orange. Sin embargo, le pidió a su familia que confiara en ella, porque haría que su profesión funcionara. A punta de entrenamientos de dos y hasta tres horas diarias, renunció a los placeres momentáneos y empezó.

“Tenía nueve años cuando tuve mi primer acercamiento con el universo hiphop. Pero hace diez años conocí la danza por medio de B-Boys y B-Girls [bailarines de break dance] de mi barrio. Con la llegada de internet, me apasioné por la escena del street dance, desde estilos como locking, popping, walking, house, hasta pantsula y Chicago footwork”.

En el 2013, Orange entró a Soul Beat Fam, la academia que en ese momento lideraba José Luis Cuesta o Joseph Q-Faces, un investigador del hiphop, quien fue su mentor. En ese momento, solo había dos mujeres dentro del hiphop: Laura Ávila y Sara Jushim y ellas lideraban, pero lo hacían en muchos estilos, su enfoque no era ciento por ciento hiphop. Orange, en cambio, se especializó en su estilo y por eso también se convirtió en jueza de open styles y, cuando empezó a tomarlo como un proyecto de vida, pudo tener presencia suficiente para aportar al cambio de la propia subcultura.

***

Mediodía del viernes. Salomé Cifuentes Cabrera, de 24 años, conocida como Salo C, llega con una bandana ancha sobre su frente, camiseta deportiva y su pelo largo ondulado. Oriunda de Medellín, dedicada al rap, no se ve haciendo otra cosa que rimar. Habla en tercera persona para dejar clara cuál es la diferencia entre su personaje de escena y la ciudadana corriente. Al preguntarle cómo funcionan ambas personalidades, dice: “Salomé era insegura. Más bien, soy insegura. Quizás por lo mismo, tengo muy claro que jamás trataría de crear un complejo a nadie en mis estrofas. En las batallas, no me meto con el físico para pordebajear, ya sea contra un hombre o una mujer”.

Dentro del hiphop, las batallas de rap son una mezcla de catarsis y agresividad. Todo está permitido y hay categorías para rimar. Los desahogos, por ejemplo, pueden ser convertidos en rap conciencia. Lo hacen con alguna injusticia social, como lo hacía Cancerbero. También hay desamor, amor, rap sensual y egotrip. Salo C descubrió el freestyle a los 16 años y notó que era una forma de desfogue, pero también permitía el crecimiento personal.

“Mientras Salomé es una persona que no es arrogante, Salo C puede llegar a ser prepotente. En escena soy el putas. No hay nadie mejor que yo siendo mi personaje de batalla. Estando aquí puedo plasmar mi sentir en letras que quedan en el tiempo, la mente de la gente”, afirma.

Salo C veía batallas argentinas desde el 2017. Y un día en pandemia, de forma repentina, le llegaron unas palabras a la cabeza: cocainómano, recluto, depresión absoluta. “Busqué un beat, empecé a escribir. Como tenía amigos que estaban en el freestyle, les pedí su opinión. Arranqué y ya tenía la admiración de muchos”, recuerda.

Le encantaría que no la categorizaran como una mujer rapera, porque a los hombres les dicen simplemente “raperos” y no se les pone el género por delante.

“He encarado comentarios que demeritan mi talento y lo reducen al género: ‘A usted le celebran esa rima porque es mujer’, dicen. No. Si no tuviera el talento, no podría estar aquí. El ataque rápido que tienen los hombres es decir que soy fácil o que estoy donde estoy por ser mujer; se meten con el físico o dicen que media escena del rap me ha comido. Por eso, como todo es una puesta en escena y dentro de la competencia es válido cualquier recurso, recuerdo muy bien lo que dije la primera vez que entré a una: ‘Atacarme con el físico en vez de lo lírico / si para ti suma, para mí resta. / Que me digas gorda o algo parecido, no me molesta / porque rapeo chimba y ya se sabe que donde hay carne se encuentra la fiesta’”.

En la escena aún hay pocas mujeres, pero su número cada vez va aumentando con raperas como Marithea y Pandorap, ambas caleñas. O Azuki, una mexicana que deja en alto el talento latinoamericano. “El simple hecho de que nos vean como artistas y no como narcotraficantes o putas, cuenta”, agregará Salomé.

***

Resaltar por tener talento es un reto para mujeres que se dedican a lo mismo que Salomé, como Michelle García Rodríguez o Sincerap, una rapera de la localidad de Suba que resalta el talento que hay, pero critica la competencia y la segmentación entre mujeres.

Es viernes y ya casi anochece. En el estudio de grabación de Sincerap, las paredes son rojas y los elementos alrededor son de colores que estimulan pensamientos frenéticos. Michelle, de 22 años, entra con dos candongas grandes que complementan su delineado punzante, los piercings. La rapera dice que se ve a sí misma como una figura de versos transparentes.

“A los diez años entré al mundo del MC [Maestro de ceremonías, que en el hip hop también suele cantar y componer]. Empecé escuchando Doble Porción y Métricas Frías, luego Crack Family. Hoy, el lugar que tengo como rapera me lo han dado mis letras. De hecho, mi nombre artístico, Sincerap, sale de la palabra sinceridad. Sincerap es Michelle, la misma persona, simplemente cambia la manera de expresarse. Creé a mi personaje porque, entre otros problemas, siento que la sociedad es generalista. Para ellos, la cultura urbana es lo peor: los vándalos, los ñeros”, explica.

Cuenta que habló hace unas semanas con una chica que canta, pero que no quiere debutar como rapera porque siente que no está hecha para eso. Dice que la sociedad inculcó que el rap no era para mujeres.

“Nos denigró, y segmentó. No tiene que sorprendernos que, dentro de lo urbano, la energía femenina esté tan poco unida”, protesta, y luego asegura que cualquier persona que quiera ser MC puede hacerlo, si tiene un enfoque.

No lo dice, pero aunque no vive de rapear, sobrelleva su vida rimando. “Se me hace muy difícil expresarme. En cambio, siento que cuando escucho una pista o un beat, fluyo sin ponerme tabúes. Escribo porque es la forma más bonita de contarme; las letras son parte de mis vivencias y de lo que siento. No me cargo de nada negativo ni positivo, todo eso se lo dejo al papel. Escribo canciones que tengan que ver con lo realista, y eso me diferencia de la masa de raperos, yo confronto el estigma. La sociedad cree que todas van a cantar sobre los mismos temas: drogas, farras, amoríos, toda esa vaina”, asegura.

Sus letras son críticas y profundas. Ahora trabaja en una canción punzante, que reclama el modo en el que la sociedad y el mismo Estado busca uniformarlas, estandarizarlas: “Seguiremos siendo víctimas de nuestro propio invento / profanando un buen destino por evitar retrocesos / siendo las marionetas de aquel llamado gobierno / que busca volvernos vidrio para replicar reflejos”.

***

Michelle reclama que en la industria “la gente se mete con tu físico, con tu forma de cantar, de moverte, con tu voz, te compara, dicen cosas horribles y es algo con lo que una aprende a lidiar”. Por eso es importante resitir con la voz que cada una tenga. Salo C, por su lado, recomienda: “Si entra a este mundo, comprométase siempre seguir sus ideas, a no escribir por pegar. Siga lo que su cuerpo y corazón le piden que exprese”. Mientras que Sincerap sostiene que van por buen camino: “Todas tenemos esencia y somos diferentes al momento de expresarnos. Admiro a las grafiteras, a las chicas que bailan. Valoro cada una de las personalidades que abanderan este feminismo musical”. Y Orange no pide que la entiendan, “pero sí que vean cómo los street artists vivimos nuestra lucha. No se trata de atacar, sino de entender desde dónde viene la oportunidad del cambio. A nosotras nos une la pasión por el emprendimiento callejero; el arte en grafiti, batalla o rap”.

Con el barrio en los pies. Foto: José Cadena (@josedispara)

Juana de trono flexible y paso firme. Foto: José Cadena (@josedispara)

Esto es hiphop puro. Foto: José Cadena (@josedispara)

Orange en Redbull’s. Foto: José Cadena (@josedispara)

Una paisa de estrofas irreverentes: ella es Salo C

Salomé, su porte urbano y estilo baggy

Sincerap o Michelle, la de versos transparentes (@sincerap)

Michelle grabando su último sencillo “Bifronte”

Así se viven las battles de hiphop

Ella compite: batallas de hiphop

Segunda parte del duelo: entrar pisando duro

De cuerpo liviano: la segunda parte el duelo

Rimar para abrirse campo: Sincerap.

Destacados

“Soy una mujer que rapea, pero estoy donde estoy porque tengo talento”, Salo C.

Bogotá es sede de Hip Hop al Parque, uno de los festivales gratuitos más grandes e importantes de Latinoamérica.

Muchos artistas utilizan el rap para denunciar la injusticia, la corrupción, la violencia y las dificultades de la vida en los barrios, así como para reflexionar sobre la realidad del país.

Las escenas de Bogotá, Medellín, Cali y otras ciudades tienen sus propios estilos y exponentes que reflejan las identidades locales.

El hiphop en Colombia ha demostrado ser una herramienta para la transformación social. Numerosas iniciativas y colectivos utilizan sus elementos (talleres de rap, break dance o grafiti) para trabajar con jóvenes en comunidades vulnerables.

🎨 Zona de Configuración de Estilos