Angulo: Sanar suena a miles de voces cantando - Directo BC
Sanar suena a miles de voces cantando
Sanar suena a miles de voces cantando
Por Valeria Torres Arias
Jamás imaginé que un concierto sería lo que me salvaría de mis propias ganas de rendirme.
En 2022, cuando la universidad se convirtió en mi peor pesadilla, me levantaba cada día más agotada. El espacio que debía motivarme se volvió gris, sin sentido. Pero entre la oscuridad, había una fecha que repetía como una plegaria: “El 27 de noviembre voy a ver a Harry Styles”.
Puede parecer simple, un concierto más. Pero no lo era. Esa fecha se convirtió en un ancla, una pequeña luz al final de un túnel. Su música, que muchos tildan de comercial, fue mi refugio. Cada canción era como una charla íntima. Lloraba sin culpa, sin tener que explicarme. Era el único momento del día en que me sentía comprendida.
La noche del concierto fue catártica. Entre luces, gritos y lágrimas, sentí que solté y sané. Canté por lo que dolía, abracé a mi hermana y, por primera vez en mucho tiempo, entendí que no estaba sola. Esa noche le escribí una carta a Harry. Sabía que nunca la leería, pero necesitaba expresar esa conexión. Me aferré a una relación parasocial, sí. Pero para mí fue profundamente íntima.
Los conciertos no son solo espectáculos. Son rituales contemporáneos de sanación emocional colectiva. Lugares donde la tristeza se libera, el dolor se convierte en canto, y la soledad se disuelve entre miles de voces.
Cada vez que asisto a uno, lo confirmo. Personas abrazadas, lágrimas que caen sin vergüenza, gritos de liberación, manos alzadas buscando conexión. Es un espacio donde ser vulnerable está permitido. Una misa emocional.
La antropóloga Silvia Citro plantea que los recitales funcionan como rituales de catarsis colectiva, donde se construyen identidades y emociones compartidas. Allí reafirmamos valores, narrativas y dolores comunes. Incluso desde lo religioso, estudios muestran cómo la música activa estados emocionales profundos. Y en un concierto, no importa el idioma, la religión o el origen: basta una canción para unir.
Durkheim lo explicó hace más de un siglo: los rituales colectivos refuerzan la pertenencia. Hoy, esos rituales están en festivales, conciertos y recitales que ya no son solo entretenimiento, sino espacios emocionales vitales.
¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad en crisis. Marcada por la incertidumbre, la presión y la salud mental relegada. ¿A dónde vamos cuando el dolor se acumula? A veces, a un concierto. Allí, por unas horas, el alma respira.
No importa el género o si el artista es mainstream. Cuando la conexión ocurre, cada letra y acorde se convierte en consuelo. Es un lenguaje terapéutico universal, sin barreras. Solo importa lo que se siente.
En ese mar de gente vulnerable, gritando sus frustraciones o sanando heridas invisibles, hay algo profundamente humano. Es un espacio donde sentir es válido, donde las emociones no son debilidad, sino prueba de que seguimos vivos.
La psicóloga Susan Sontag decía que los humanos necesitamos rituales para afrontar el sufrimiento. Espacios que le den forma al dolor. Y los conciertos cumplen esa función. Por eso no deberían verse como un lujo. Para muchos, son una necesidad emocional.
Y sí, vuelvo a lo íntimo: la relación parasocial. Esa conexión que a veces se ridiculiza, puede ser un salvavidas. No sustituye vínculos humanos, pero tampoco es fantasía. Se alimenta de letras, gestos, emociones compartidas a la distancia. Y eso, cuando estás al borde, puede marcar la diferencia entre rendirte o seguir.
Ver a Harry Styles en otros escenarios, imaginar que yo también estaría allí, fue lo que me sostuvo. Me dio un motivo, una ilusión, una fecha para volver a ser yo.
Entonces, creo que vale la pena hablar de los conciertos como parte del cuidado emocional contemporáneo.
¿Y si sanar, a veces, también suena a miles de voces cantando en medio de una lluvia de aplausos?

