Ángulos

Colón también tenía buena voluntad


Elena Bermúdez Rivera

Elena Bermúdez Rivera

19 de mayo de 2025

Periodismo de opinión

 

Colón también tenía buena voluntad

El colonialismo se ha disfrazado de voluntariado para ser aceptado y bienvenido. En muchos casos, opera bajo la lógica de jóvenes privilegiados que viajan a contextos de marginalidad para aportar su grano de arena en la reducción de la desigualdad. Luego, regresan a sus hogares relatando cómo en unas semanas o unos días han "transformado" una comunidad entera. Cuentan historias de niños que ahora sonríen más, que ahora saben decir los colores en inglés y narran cómo las casas de un pueblito o barrio precario ahora brillan con pintura fresca. Esta lógica asistencialista que, vale la pena aclarar, muchas veces viene de un lugar con buenas intenciones, en realidad perpetúa la desigualdad y genera un daño más profundo en el contexto.

El antropólogo colombiano Arturo Escobar diría que este fenómeno del voluntariado se podría entender como una manifestación contemporánea de lo que él denomina la "colonialidad del poder" y la "colonialidad del saber". Escobar sostiene que las prácticas de desarrollo -como las que promueven los voluntariados para mejorar las condiciones de vida de una comunidad, muchas veces impulsadas desde el Norte Global hacia el Sur Global-, reproducen relaciones de poder asimétricas. En gran parte, esto se debe a las intenciones con las que llegan a incidir en una realidad ajena, partiendo de formas de conocimiento que deslegitiman las experiencias y saberes locales. Desde esta perspectiva, el voluntariado no solo perpetúa la desigualdad, sino que también refuerza una visión en la que las comunidades son vistas como carentes y necesitadas de intervención externa.

Entonces, la ingenuidad de creer que se está transformando una realidad para mejorar las condiciones de vida, se traduce en una estructura de dominación e invisibilización de las capacidades y resistencias locales. Cuando esa ingenuidad no se acompaña de un análisis crítico ni de un compromiso a largo plazo, el daño es inevitable: se crean vínculos efímeros, se promueven soluciones superficiales, se infantiliza y se ignora la agencia de las personas sobre su territorio y sobre sus propias vidas.

Así lo viví yo misma cuando estaba por graduarme del colegio. Hice el servicio social con una organización que construía casas en barrios de asentamientos informales de Usme. Luego de ello quedé encarretada y regresé un par de veces más a compartir con familias beneficiarias, durante los tres días que duraba el voluntariado, a construir esas casas de madera y techo de zinc junto con algunos de mis compañeros del colegio. Tras esas veces que fui a las construcciones, no volví a saber de la organización y mucho menos de las familias beneficiarias de esas casas con quienes compartí durante los tres o cuatro días que duró la construcción en cada ocasión.

Quizá si realmente tenemos la intención de ayudar en un contexto ajeno al nuestro, sería bueno empezar por escuchar las voces que, desde dentro, reinventan y proponen soluciones para sus realidades cotidianas. Basta de excusarse en la ingenuidad y en la buena voluntad. El voluntariado no debe ser un momento de protagonismo altruista ni de liderazgo; en lugar de mirar hacia abajo, debe ser un momento para mirar desde abajo.

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