Moda

De la trama, al nudo, a la trenza


Luna Manuela Badrán Rodríguez

de la trama

De la trama, al nudo, a la trenza

Jaidys Ibarra es la dueña de un local de trenzas en el noroccidente de la ciudad, donde teje todo tipo de peinados y estilos inspirados en la cultura de la que es oriunda, la chocoana. Ella, por medio del cabello, encontró un medio de subsistencia, pero también un modo de hacer arte y reivindicar identidades.

 

Texto: Luna Manuela Badrán Rodríguez

badranlmanuela@javeriana.du.co

Fotos: Luna Badrán y cortesía de Trenzas Bogotá

 

Me muestra sus manos macizas que han desarrollado la fibra necesaria en las palmas, y procede a explicar: “Tengo músculo, uno que he ejercitado con la sola fuerza que necesito en mis brazos para trenzar”. La mujer no depende de nada más que su motricidad fina y veloz para tejer cabello en estilos como espirales de raíz lateral, pegadas, twist jumbo, boxeadoras, africanas, de caja y otras tantas que rigen su identidad afro desde niña:

“Empecemos, que hablar de las trenzas me relaja, porque me mueve el mundo”, pide con entusiasmo.

Su nombre completo es Jaidys Ibarra Moreno, tiene 30 años y vive en Bogotá. Nació en Turbo, Antioquia, pero se crio en el Chocó y a los 17 años llegó a la capital del país. Tiene siete hermanas y dos hermanos, pero solo ella decidió salir de casa a terminar su bachillerato y emprender una vida citadina que rompiera con la tradición familiar de esperar al matrimonio para la realización personal.

Trenzas Bogotá es el sitio en el que Jaidys, además de ser dueña, atiende desde hace tres años a la gente que llega curiosa por conocer las nuevas tendencias: crespos afro, coletas, kanekalon —una fibra que simula la textura de un cabello grueso— y peinados abultados con chaquiras. Ubicada en el barrio Villas de Granada, en una estrecha cuadra de comercio variado, está la tienda, estilizadora y repartidora de suplementos para peinar el cabello que cambia los patrones clásicos de belleza: aquí la trenza es vestidora, de todos los largos, grosores y colores.

“Este es un proyecto que viene desde mis raíces. Inicié con las trenzas cuando estaba muy pequeña, con siete años, aproximadamente. Estando acá y enfrentándome a todos los retos laborales que presenta Bogotá, descubrí que podía trenzar y que esto podría ser una fuente de ingresos buena para mí si miraba mi talento como un negocio”.

En su familia no es tradición la tejeduría de trenzas. Su mamá no se trenzaba porque no le gustaba. Pero ella, siendo la cuarta hija, y la segunda de las mujeres, tenía la responsabilidad de peinar a sus hermanas para la escuela, para la eucaristía, “para lo uno y para lo otro”.

“Me tocó aprender a trenzarme a mí misma, porque, aunque casi no lo muestro, tengo mucho cabello. Recuerdo que mi infancia estuvo muy marcada por el dolor de cabeza y la ignorancia que hay en torno a este tipo cabello. Tengo tanto, que retengo mucho fogaje: meto la mano, siento caliente la cabeza y ahí es cuando duele. Pero en esa época de mi niñez no había productos para el afro, entonces tenía que lavármelo con una hierba que hay en el Chocó a la que llamamos babosa. La mezclaba con jabón Rey y enjuagaba todo ese menjurje en el río.

Su mamá, desesperada con el dolor de cabeza y la parafernalia que implicaba desenredar los crespos, tomó la decisión de alisárselo y ponerle extensiones. Poco a poco, Jaidys se quedó sin cabello en todo el borde de la cabeza, “todo a costa de verme más peinada. Al llegar a Bogotá, yo ni siquiera sabía cómo era mi cabello, era ralo, y lo poco que había, estaba alisado o quemado”.

Hoy, la dueña de Trenzas tiene 30 años, porta un voluminoso recogido de trenzas en su cabeza y, en su forma de expresar, destaca la felicidad desbordante con la que promueve la visibilidad de la cabellera afro, la creación de nuevas estéticas y, como ella misma deja en claro, la lucha por resignificar el tocado.

“Lo dije desde el día que empecé a emprender: voy a cambiar la historia de las trenzas. No puede ser que las mujeres afro nos trencemos y en la calle digan: ‘Uy, qué trenzas tan feas, huelen mal, se ven despeinadas’, o que en las oficinas la gente no pueda trenzarse. Necesito reivindicar el pelo, que incluso a un reinado la gente pueda irse con trenzas y se pierda el estigma del asco y la informalidad que les han puesto”, afirma con seguridad.

Cambiar la historia de las trenzas le ha exigido a la dueña del local abrirse a un mundo de saberes donde las redes sociales o los programas de educación pública en servicio al cliente y gestión de marca han sido aliados. Llegar a aventurar a Bogotá fue una decisión tomada después de varias crisis.

“Vine a Bogotá sin saber nada, solo con el bachillerato. Llegué a trabajar en restaurantes y call centers, luego empecé a estudiar servicio al cliente. Ahí solo trenzaba a las vecinas o a las compañeras del trabajo”.

Su cuñada cumplió un rol fundamental en su vida. Ella trenzaba haciendo patrones y diseños, y Jaidys la veía tejiendo y sabía que quería replicar lo que ella hacía. De ella aprendió a mover las manos y portar el cabello.

“Con ella tomé la idea de volverlo negocio, porque ella trenzaba y cobraba, cosa que en el Chocó no se hace. La costumbre es que las mujeres trenzan a otras, pero nadie paga por eso. En general, las mujeres en el Chocó no tienen plata para pagar un peinado, por eso la mano de obra de las trenzas es tan barata. Incluso, hay maestras tejedoras que sienten pena de cobrar”.

Su cara expresa la satisfacción de estar en el lugar donde ha construido un sueño que se comienza a materializar: su local. Aquí —donde los muros están pintados de amarillo, cuelgan bombas rojas y vibran paredes verdes con jardines verticales y espejos— su mirada se dirige directamente al letrero de gran tamaño que dice “Trenzas Bogotá” y recuerda las etapas que ha tenido que atravesar para construir de forma consistente el negocio, su catálogo y su nombre. Darse a conocer en las personas es una labor vinculada con enaltecer el proceso que va desde conseguir la materia prima, hasta que las puntas del cabello se sumerjan en agua hirviendo y se dé por sellada la trenza.

“Llega un punto en la vida del emprendedor en el que le pone valor a su trabajo y a partir de ese momento no hay posibilidad de rebaja. Es mi arte”.

Pero llegar a ese punto fue difícil. Cuando decidió empezar a trenzar, se dio cuenta de que en el call center era mejor remunerada la hora comparada con lo que recibía cuando tejía trenzas.

“Contestando el teléfono, en el 2016, ganaba 3.000 pesos la hora, ya en el 2019 haciendo trenzas que demoraban nueve horas, salía a 1.000 pesos la hora. En general, las mujeres afro, mi principal clientela —que generalmente son mayores que yo—, tampoco lo valoraban. Me daban 10.000 o 15.000 pesos por peinados que van hasta el piso, por tejidos que hacen arder los músculos de la mano. Igual, estaba acostumbrada a que me pagaran poco”, recuerda.

Mientras se entretenía trenzando a sus compañeras del trabajo, encontró en el Sena una oportunidad para seguirse formando e hizo un tecnólogo de administración de empresas, donde también estudió marketing digital.

“Allí pensé: ‘¿Por qué no subo mis trenzas a las plataformas? Y se me ocurrió publicar una sola foto. Recuerdo que eso fue para un diciembre de 2019. Después de eso se me llenó el sitio de trabajo, o sea, ¡mi casa! —dice mientras ríe—. La gente llegaba y hacía fila porque la mía era la primera página que había de trenzas en Instagram”.

Pero llegó la pandemia y las manos se tuvieron que quedar quietas. Era el 2020 y Jaidys estaba encuarentenada con su esposo, Juan Pablo Compete, oriundo también de Andagoya, Chocó. Ella decidió que era buen momento para enseñarle a un hombre cómo usar la fuerza de las manos a favor de trenzar. Así, su pareja aprendió a “hacer puntas” (terminar las trenzas) y a mover las manos con la misma destreza que ella. De esta forma, impulsados por la necesidad de llevar dinero a su hogar, reabrieron el local.

Ese sitio era pequeño, escondido, metido en un hueco de una acera sin pavimentar y pasaba inadvertido. Poco a poco se dieron cuenta de que no era suficiente, lo más grande que le cabía era una silla, la gente debía esperar afuera dos o tres horas mientras terminaban una cabeza y “si llovía era una tragedia”. Entonces buscaron un fiador para arrendar el que hoy es su local, y allí se quedó Trenzas Bogotá, donde ahora también trabajan como trenzadoras otras cuatro mujeres.

Jaidys toma un gel especial que se usa en las cabelleras afro y que está hecho a base de aceites, lo calienta en sus manos y enseguida empieza a trenzar. Ya no necesita ver lo que está haciendo y no se tuerce si el cabello está lo suficientemente bien impregnado; después, para alargar las trenzas, las trenzadoras suelen usar kanekalon o lana.

“En estas que estoy haciendo, se van tres horas”, señala Liseth, una de las trenzadoras, mientras divide en pequeñas secciones de cabello la cabeza de una mujer joven.

La trenza ha sido la meta que Jaidys Ibarra se puso en la vida. Por eso quiere ser productora de la materia prima, además de ser cuna del peinado y de la identidad chocoana en Bogotá.

“Uno de mis grandes sueños es poder montar aquí la empresa productora de cabello, fabricar el champú ideal para las trenzas, el gel, los aceites… todo. Si Dios lo permite, se logrará”, asegura la dueña, y luego agrega: “Hay infinitos peinados para el catálogo, tenemos uno base, pero como esto es arte y el arte siempre está expuesto a crecer, todo el tiempo estamos proponiendo nuevos estilos para el cabello.”

El proceso de tejerlas ha mutado bastante: anteriormente se jalaba bruscamente el pelo al momento de trenzar y se abultaba la cabeza, eso hacía que a las mujeres afro les salieran heridas en la piel y bultos en el cuero cabelludo, porque la técnica, al no estar tan visibilizada, tampoco evolucionaba con la demanda. De ahí viene el interés por investigar más la tejeduría y la materia prima. Enaltecer la trenza implica buscar la forma de hacer viable su porte dentro de la moda.

El negocio le ha ayudado a impulsar a las familias. De donde Jaidys viene, no hay fuente de ingresos ni de trabajo en general. Ninguna de sus dos hermanas menores terminó bachillerato, pues allá no hay cómo culminarlo.

“Eso fue lo que yo hice: salir de mi cuna, de mi nidito, a buscar dónde iba a terminar mi futuro. Mis hermanitas, en cambio, no se han interesado en tomar las riendas. Si yo me hubiera quedado allá, habría sido para que tuviera hijos y que la pareja que me hubiese tocado me diera lo que pudiera. Al traer de visita a mis hermanas a la capital, me di cuenta de que el pensamiento es diferente. Yo sí salí temprano de la casa, yo sí toqué puertas y cambié mi chip a tiempo”.

La dueña de Trenzas quiere terminar la carrera de administración. Mientras tanto, procura que todos los que trabajan en su proyecto tengan para comer, estabilidad para vivir, proyección para estudiar y aprender otras cosas.

“Creo que las trenzas siempre van a estar en tendencia, que va a crecer la población de hombres y mujeres que lo hagan. Trenzarse es muy lindo, te libera de desenredarte, ¡qué más le puedes pedir a la vida!”.

 

Jaidys Ibarra, dueña de Trenzas Bogotá.


 

Geraldine Moreno tejiendo un peinado africano de caja.


 

Kanekalon de todos los gustos y colores.


 

El logo de Trenzas Bogotá.


 

El equipo detrás de la trenza.

Una cliente estilizada.

Destacados

1. Las trenzas chocoanas datan de los tiempos de la esclavitud, por eso, más que un peinado, son un legado cultural que simboliza resistencia, identidad y una rica historia transmitida de generación en generación.

2. En Bogotá, las trenzas chocoanas no solo adornan cabezas, también construyen puentes culturales y fomentan un sentido de comunidad entre los afrodescendientes y las nuevas nociones de interculturalidad.

3. El proceso de elaboración de las trenzas es un ritual que incluye el uso de peines especiales, aceites naturales y técnicas de tejido que requieren destreza y paciencia.

4. En la capital ya hay más de 15 salones especializados en las cabelleras afro y en peinados trenzados.

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